Soldados ingleses en una trinchera del frente del Somme. |
Karla McKinlay En el Ironman de Kona en 2013. |
Afortunadamente hoy no tenemos conflictos de aquella magnitud, pero entre nosotros siguen apareciendo héroes anónimos. El deporte ha cambiado la forma en la que las personas expresan su agresividad por lo que los nuevos héroes ya no visten caqui ni portan bayonetas, ahora se enfundan en lycra y neopreno, montan bicis de carbono y conocen las destrezas de sus rivales por Strava. Ahora son mujeres y hombres cotidianos que trabajan largas horas, cuidan de sus familias y un par de veces al año van al campo de batalla. Las trincheras están a pie de playa y cuando suena la señal saltan a la tierra de nadie durante más de 10 horas. No es sencilla la misión: 3,8 km pegándose con otros valientes, 180 km luchando contra el crono y 42 km sin más compañía que el cansancio.
Los nuevos héroes un tiempo atrás no eran capaces de nadar más de unos metros y su único contacto con el deporte era a través de una pantalla. Algo se removió dentro del guerrero para que ahora viva para preparar la batalla, aunque el auténtico soldado siempre da lo mejor a los suyos pese a estar exhausto. El balance consiste en crear las condiciones necesarias para convertir el maravilloso dolor y cansancio de un esfuerzo sobrehumano en el divino placer que produce el paseo triunfal de los últimos 195 metros. Son los soldados del día a día a los que las batallas de la vida cotidiana no les parecen suficiente y demuestran su coraje alcanzando desafíos extraordinarios solo aptos para cuerpos y mentes de hierro.
100 años más tarde las grandes gestas tienen lugar en Kona, Roth, Lanzarote… donde apenas hay sangre pero sí mucho sudor y lágrimas de valientes de todos los lugares del mundo. Medallas, paseos triunfales y novias/os que respiran aliviadas cuando los ven aparecer. Los héroes y heroínas de este siglo son los triatletas anónimos de larga distancia.
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