lunes, 12 de noviembre de 2012

El señor Invisible.


¿Si fuese invisible, que haría? Se preguntaba el chico mientras veía pasar a sus vecinos por la calle. Apuraba sus patatas Lays sabor vinagreta pegado al cristal de la ventana de casa. El no se entretenía con la tele, tampoco con el nuevo Ipad de su madre, y aborrecía los deportes... A él lo que le gustaba era simplemente imaginar.
Se imaginaba siguiendo al señor que se acercaba firme, sin apenas expresión y un abrigo antiguo. ¿Cómo sería de pequeño ese señor? No lograba visualizar como sería ese extraño hombre con su edad... ¿A qué jugó cuando era pequeño? Le costaba imaginarlo como a cualquiera de sus compañeros... ¿Alguna vez fue un niño? Tampoco lo visualizaba con los 21 años de su hermano mayor, ni con la edad de su padre...
¿De dónde vendría con esa ropa tan triste? ¿Dónde trabajaba? ¿De qué equipo era? ¿Qué le gustaba hacer los fines de semana?
“El señor invisible”, así decidió definirlo el chico, se detuvo en la marquesina del bus. ¿Esperaba el 1 o el 44? ¿Por qué nadie lo miró cuando llegó? Nadie deparó en su presencia... Quizá el señor era un hombre invisible de verdad y solo él tenía la posibilidad de verlo, se atrevió a fantasear.
No leía, tampoco escuchaba música, no miraba hacia ninguna parte... ¿Alguna vez seré tan aburrido como ese señor?, se preguntó.
Pasó el 44 y no se subió. Ambos cruzaron la mirada... nunca había visto una mirada como la del “señor invisible”. Había visto miradas nerviosas, tímidas, agresivas, cariñosas, divertidas, felices, algunas que incluso no sabía cómo interpretar, pero nunca una mirada tan vacía…  jamás una mirada que no le dijese nada.
¿Y cómo sería doña Invisible? ¿Donde se conocieron? ¿Se acuestan juntos? ¿Tendrán hijos? No creo que tengan hijos, no me imagino a unos niños tan grises, se dijo... ¿Si mi padre fuese así, ¿habría nacido yo invisible? Se imaginaba qué pensarían de él sus padres, sus hijos... y sobre todo que pensaría de él si algún día algún niño con poderes para ver hombres invisibles lo viese...
Se sintió avergonzado de sentirse como un señor invisible. El pobre chico tuvo que cambiar la mirada para salir del mal pensamiento que le recorría.
Pasaron apenas un par de minutos hasta que llego el 1 y aquel tipo se subió al autobús sin que de nuevo nadie lo mirase. Ese corto espacio de tiempo fue suficiente para que el muchacho buscara mil preguntas sobre el señor que acaparaba su atención. Mil preguntas, pero ninguna respuesta; no llegó a imaginarlo haciendo otra cosa que no fuese esperar en aquella marquesina, con su triste ropa, sin un pasado, sin un futuro. Sus miradas se cruzaron por última vez cuando el semáforo se puso en verde.
“¿Qué mira ese maldito niño?”, pensó el señor Invisible. “¿Qué tengo que hacer yo para que nadie, nunca, piense que soy invisible?”, se dijo el niño.


Todos hemos sido niños y hemos visto mayores que nos han despertado alguna impresión. Párate a pensar como te vería hoy en día ese niño que fuiste, y sobre todo haz que admire y se siga sintiendo orgulloso del adulto que eres.

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