¿Si fuese invisible, que haría? Se preguntaba el
chico mientras veía pasar a sus vecinos por la calle. Apuraba sus patatas Lays sabor vinagreta pegado al cristal
de la ventana de casa. El no se entretenía con la tele, tampoco con el nuevo
Ipad de su madre, y aborrecía los deportes... A él lo que le gustaba era simplemente
imaginar.
Se imaginaba siguiendo al señor que se acercaba
firme, sin apenas expresión y un abrigo antiguo. ¿Cómo sería de pequeño ese
señor? No lograba visualizar como sería ese extraño hombre con su edad... ¿A qué
jugó cuando era pequeño? Le costaba imaginarlo como a cualquiera de sus
compañeros... ¿Alguna vez fue un niño? Tampoco lo visualizaba con los 21 años
de su hermano mayor, ni con la edad de su padre...
¿De dónde vendría con esa ropa tan triste? ¿Dónde
trabajaba? ¿De qué equipo era? ¿Qué le gustaba hacer los fines de semana?
“El señor invisible”, así decidió definirlo el
chico, se detuvo en la marquesina del bus. ¿Esperaba el 1 o el 44? ¿Por qué
nadie lo miró cuando llegó? Nadie deparó en su presencia... Quizá el señor era
un hombre invisible de verdad y solo él tenía la posibilidad de verlo, se
atrevió a fantasear.
No leía, tampoco escuchaba música, no miraba hacia
ninguna parte... ¿Alguna vez seré tan aburrido como ese señor?, se preguntó.
Pasó el 44 y no se subió. Ambos cruzaron la
mirada... nunca había visto una mirada como la del “señor invisible”. Había
visto miradas nerviosas, tímidas, agresivas, cariñosas, divertidas, felices, algunas
que incluso no sabía cómo interpretar, pero nunca una mirada tan vacía… jamás una mirada que no le dijese nada.
¿Y cómo sería doña Invisible? ¿Donde se conocieron?
¿Se acuestan juntos? ¿Tendrán hijos? No creo que tengan hijos, no me imagino a
unos niños tan grises, se dijo... ¿Si mi padre fuese así, ¿habría nacido yo
invisible? Se imaginaba qué pensarían de él sus padres, sus hijos... y sobre
todo que pensaría de él si algún día algún niño con poderes para ver hombres
invisibles lo viese...
Se sintió avergonzado de sentirse como un señor
invisible. El pobre chico tuvo que cambiar la mirada para salir del mal
pensamiento que le recorría.
Pasaron apenas un par de minutos hasta que llego el
1 y aquel tipo se subió al autobús sin que de nuevo nadie lo mirase. Ese corto
espacio de tiempo fue suficiente para que el muchacho buscara mil preguntas
sobre el señor que acaparaba su atención. Mil preguntas, pero ninguna respuesta;
no llegó a imaginarlo haciendo otra cosa que no fuese esperar en aquella
marquesina, con su triste ropa, sin un pasado, sin un futuro. Sus miradas se
cruzaron por última vez cuando el semáforo se puso en verde.
“¿Qué mira ese maldito niño?”, pensó el señor
Invisible. “¿Qué tengo que hacer yo para que nadie, nunca, piense que soy
invisible?”, se dijo el niño.
Todos hemos sido niños y hemos
visto mayores que nos han despertado alguna impresión. Párate a pensar como te
vería hoy en día ese niño que fuiste, y sobre todo haz que admire y se siga
sintiendo orgulloso del adulto que eres.
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