Una buena sesión de coaching con un gran arquitecto me
inspiró a escribir esta entrada.
Desde hace un tiempo me obsesiona sorprender al niño que fui.
No solo me dedico a ilusionar a aquel pequeño que vivía en Campillo de Altobuey,
también me ocupo de vivir experiencias que espero contar a los que un día serán
mis hijos y nietos, todo como si de un juego se tratase.
Todo surgió cuando a mi cliente le hice una devolución de
información objetiva de su situación. Tras dársela, le pregunté si acaso no era
mejor de lo que el niño e incluso adolescente que fue imaginaba ser de mayor y
que si no estaría orgulloso y gratamente sorprendido del adulto que es hoy en
día. El asintió y después de unas cuantas reflexiones el clima de la sesión y
del proceso cambió. Esta persona ha trabajado duro, ha logrado y esta logrando
grandes éxitos.
¿Se siente orgulloso el niño que fuiste del adulto que eres
hoy en día? ¿Cómo te ve? ¿Qué comenta sobre ti en el patio del colegio con sus
amigos? ¿Presume de ti? ¿Está callado? Y tus hijos, tus nietos; ¿qué dirán tus
nietos de ti en el colegio? ¿Qué les vas a contar sobre tu juventud?, ¿con qué
aventuras vas a captar toda su atención?, ¿Cómo piensas dejarlos boquiabiertos?
Los niños dedican gran parte de su tiempo al juego. Dentro
de mí hay un niño que se dedica a jugar. Primero imagina como cualquier chico,
sueña con ser el protagonista de aventuras imposibles y luego el adulto que soy,
juega a darles cuerpo a eso que pienso que no es probable. Las
situaciones más desafiantes de mi vida siempre las he afrontado como un juego,
visualizando mi propia sonrisa en el momento en que lo consiga, imaginado la
cara de ese niño viendo a ese yo de mayor y a esos nietos con cara de asombro
mientras me interrumpen con mil preguntas y se ríen de mis cientos de meteduras
de pata.
Simplemente juguemos, porque haciéndolo somos menos
transcendentales y los traspies no son otra cosa que alicientes que hacen más divertida
la partida y los logros algo que te hace entrar en otra aventura diferente.
Yo voy a seguir jugando a ser un escritor un par de veces al mes.
Recuerdo cuando con 5 años vi la Orbea que le compraron mis padres a mi hermana por su primera comunión. Con esa bici aprendí a montar. Si ese día me dicen que con 28 años Orbea me va a dar su mejor bicicleta para competir en Australía me hubiese quedado anonadado.
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